Una serie de escenografías cinematográficas y de ingenios
olfativos son la pequeña muestra de la gran riqueza de los productos aromáticos
que se utilizaban en Al-Ándalus. Se trata de una exposición itinerante creada
por la Fundación de Cultura Islámica y La Caixa que a lo largo del mes de mayo
podrán ver en el Caixaforum de Madrid y que recomiendo para cualquier
interesado en este aspecto de la cultura andalusí. Coincidiendo con este evento
he decidido dedicar esta entrada a los aromas que impregnaban las calles de
Al-Ándalus, cuyos habitantes daban al aspecto personal una importancia casi tan
alta como la que le otorgamos en la actualidad.
La refinada sociedad andalusí fue amante de los paisajes y
los jardines, de ambientes perfumados y de comidas sazonadas. Este hedonismo se
manifestó muy particularmente en un especial gusto por los cuidados estéticos
corporales y por el cultivo de la poesía de temas florales, como un intento de
plasmar literariamente la belleza contemplada en la naturaleza.
Esta inclinación por los productos aromáticos hizo que en
todos los rincones del mundo islámico, los perfumes y ungüentos corporales
tuvieron una presencia sumamente notoria. En la tradición del Islam se recuerda
que formaban parte de los elementos más apreciados por el Profeta Muhammad,
pues el perfume ejerce un efecto saludable en el mantenimiento de la salud
corporal.
Los perfumes eran de uso generalizado en todas las clases
sociales según sus posibilidades, y tanto hombres como mujeres los usaban en
gran cantidad. Sentían una gran predilección por las esencias a base de limón,
de agua de rosas y de violetas, y
también por los perfumes de azafrán, almizcle, jazmín, ámbar de distintos tipos
(gris, natural, desmenuzado o molido, o negro), aceite de violetas, jabones
aromáticos... Todo ello se conservaban en frascos de vidrio y cristal.
Se creía entre los andalusíes que los perfumes tonificaban
el cerebro y los órganos sensoriales, y según la época del año utilizaban unos productos u otros. Por
ejemplo, los perfumes apropiados para la primavera (meses ya de por si
aromáticos dada la floración), eran preferentemente el almizcle y las algalias,
aunque los expertos también recomendaban para esta estación del año la
inhalación de flores aromáticas, como azahar, toronja, alhelí, narciso,
valeriana, lirio, jazmín, menta, serpol, albahaca, los perfumes de
ámbar, incienso, almáciga, y madera india.
Los andalusíes también se preocupaban mucho de su
aliento, tratando que siempre estuviera fresco, y estos
esfuerzos se han podido observar en la gran cantidad de técnicas para combatir el mal aliento que se han
descubierto en los recetarios médicos. Se evitaba la ingesta de ajos y cebollas
y empleaban pastillas perfumadoras a base de clavo, nuez moscada, almástiga,
madera de naranjo y de cilantro, añadiéndose jarabe de cáscara de toronja,
entre otras recetas.
Esta herencia de al-Andalus, inédita hasta ahora y apenas
perceptible, de perfumes y sabores que resultan
familiares, subyace en la profundidad de nuestro inconsciente colectivo,
esperando resurgir al producirse el estímulo del recuerdo.
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